miércoles, 6 de octubre de 2010
Albaricoques...
Aroma de albaricoques. El sol fulminante de agosto calentando el
manillar de las bicicletas. El pueblo duerme el letargo de la siesta
necesaria, el reparador sueño del mediodía, cuando las chicharras
allá afuera nos recuerdan que todavía hay vida en los campos y en
las fuentes.
Un perro cansino, pelaje canela y suavidad de algodón, observa sin
demasiado interés. Recorremos entre excitados y sigilosos las calles
en calma. Al llegar a la glorieta, el calor asfixiante ha convertido las
ruedas de nuestras bicicletas en tremendos bloques de piedra, sillares
colosales que no ruedan a pesar de nuestro empeño.
La fuente titilante es la primera estación de un vía crucis magnífico.
Yo bebo del caño mientras tú chapoteas en el abrevadero, tras las
huellas de una rana traviesa. Yo me refresco por dentro, y tú por
fuera. Y sabes que no deberías hacerlo. Con la ropa mojada cuesta
mucho más subirse al árbol .
Somos indios arapahoes cuando, medio encorvados, desmontados ya
de la bici, cruzamos el camino hacía el huerto. Pasamos por debajo de
la ventana del dueño, al oír la respiración pesada del viejo labrador
nos quedamos inmóviles por unos segundos. Proseguimos la marcha
tras un cruce cómplice de guiños. No sé por qué siempre me callas
rozando levemente mis labios con la yema de tus dedos.
¡Jamás me atrevería a reír bajo la ventana del labrador, segundos antes
de asaltar su huerto!
No sé por qué lo haces, pero me da lo mismo.
Siempre esbozo una sonrisa pícara que nace de mis ojos y se desliza
por mis mejillas hasta la comisura de mis labios, porque conozco tu reacción
y la busco.
Ya en el huerto te tengo que ayudar a subir. Aunque tú seas un chico, y
mayor que yo, lo cierto es que yo soy más ágil que tú ¡Ya te dije que no te
mojaras la ropa! ¡Que así cuesta más!.
Siempre te cedo la rama más gruesa, la más cargada. En realidad, a esas
horas no me provoca demasiado llenarme la boca de albaricoques calientes,
pero aspiro el aroma ácido que desprenden los que vamos mordisqueando,
masticando exageradamente, y me siento en el paraíso. Te veo devorarlos
con ahínco y soy extrañamente feliz. Protegidos por las ramas, del sol y de
las miradas, reímos abandonados del inefable placer del intenso sabor del
fruto robado, dejando que un hilillo de zumo salga de nuestra boca demasiado
llenas, que limpiamos con el reverso de nuestra mano.
Cuando ya no nos cabe ni un solo albaricoque más, saltamos nuevamente al suelo,
recogemos las bicicletas, que ocultamos entre las hierbas, y salimos pedaleando
con fuerza. Sólo cuando llegamos a la piedra, somos capaces de aflojar nuestra
marcha, aquella que en una ocasión me hizo tropezar y tú te asustaste al ver mi
cara de mudo dolor, romperemos a reír. Tú con tu risa que asusta a los pájaros
y los empuja a romper el vuelo. Yo echando la cabeza hacia trás, agitando mis rizos
como sé que te gusta que haga.
Los olmos plateados forman extrañas sombras chinescas sobre nuestros rostros.
Tú me miras y sonríes.
Yo sonrío al mirarte a ti...
...Miyu.
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